Todos los años en verano paso algunos días (muy pocos) en el pueblo de mi mujer alojado en casa de mi suegra (por imperativo familiar). Generalmente me aburro a más no poder pero tenía algo en mente. Las tres noches anteriores ni se me pasó por la cabeza intentarlo porque el cielo estaba muy nuboso, pero aquella sería mi última noche en el pueblo de mi mujer. Había que intentarlo, así que salí con mi mujer a la caza de estrellas fugaces.
Era la noche del 12 al 13, día en que Las Perseidas tienen su máxima actividad. Por lo visto un observador ideal (no sabemos quién es) sería capaz de observar en esa noche unos 100 meteoros por hora (esa es la famosísima tasa zenital).
El plan era subir aquella noche al Prado Cañete que en lo sucesivo llamaremos simplemente PC. Bueno… mejor no, PC es otra cosa. El día anterior estuve tomando unas fotos del prado al atardecer mientras una panda de borrachos se dedicaban a dar vueltas a mi alrededor con sus vehículos todoterreno dedicándome toda clase de risas acompañadas de comentarios estúpidos y ofensivos (calvo, gordo, cabrón) por pura diversión borracha y sin venir a cuento de nada. Me entró por un oído (no recuerdo cuál) y me salió por el otro, pero ese día era muy tarde y aquel prado no es un buen lugar para pasar la noche por frío y ventoso.
Cogí un viejo anorak que heredé de mi padre y que tenía yo desde hacía años en casa de mi suegra por si alguna vez lo necesitaba. Era una prenda vieja y destartalada pero de mucho abrigo. También cogí mi riñonera y mi mochila con los bártulos de fotografía (el trípode ya estaba en el maletero del coche). Nos arropamos y fuimos a la plaza de la iglesia donde tenía aparcado mi coche, un Opel Vectra blanco con bastantes añitos pero en muy buen estado. No se veía un alma y una campanada sonó cuando caminábamos por la plaza (eran las once y media).
Salimos del pueblo por la carretera que va a la sierra. Se trata de una vía sin asfaltar y con tramos en bastante mal estado. Los potentes faros del vehículo rompían la negrura de aquella noche sin luna. Nadie más que nosotros circulaba por allí a esas horas, a pocos kilómetros de Checa (que así se llama el pueblo).
Nos tropezamos con un grupito de ciervos que al amparo de la noche habían bajado a alimentarse de los sembrados de cereales. Apenas se divisaba algo más que sus ojos como puntitos rojizos brillando en la oscuridad. Luego, con el coche muy cerca de ellos y con la escasa luz que los faros dejaban escapar por los laterales del chorro de luz principal, pudimos entrever sus graciosos traseros blancos botando en la noche cuando huían de allí.
Después de quince minutos de subir cuestas en mal estado llegamos al Prado Cañete, y comprobamos que no había borrachos en la costa. Paré el coche junto al pajar. Me bajé del vehículo y pude localizar La Osa Mayor, La Osa Menor y La Estrella Polar. Apenas sabría reconocer algo más en el firmamento nocturno, pero eso me bastó para localizar la radiante de Las Perseidas. (Se denomina así al punto imaginario desde el cual aparenta radiar la lluvia de estrellas en el cielo).
Las Perseidas se llaman así porque la radiante se sitúa cerca de la constelación de Perseo, pero la referencia que yo usé no fue esa constelación que no soy capaz de reconocer, sino su situación con respecto a lo que sí conozco. Es decir, la Osa Mayor queda a la izquierda de La Estrella Polar y más abajo que ésta y la radiante de Las Perseidas queda en cambio a la derecha de la misma y a la misma altura que la Osa Polar.
Estaba tomando esas referencias visuales y explicándoselo a mi mujer cuando apareció una estrella fugaz impresionante. No recordaba nada igual, así que en medio de la negrura de la noche, y con ayuda de una linternita, organicé rápidamente mis bártulos para situar mi cámara en el trípode apuntando a algún punto entre la radiante y La Estrella Polar, que también me interesaba encuadrar, ya que con mi cámara pensaba hacer un vídeo timelapse disparando una foto cada siete segundos. La repetición de los disparos se hace con ayuda de un aparatito llamado intervalómetro. La focal en mi objetivo era de 17mm (gran angular) así que pillaba una gran porción de cielo. Lo ideal habría sido un objetivo ojo de pez, pero no dispongo de ninguno.
Una de las dificultades de este tipo de vídeos astronómicos realizados de esta forma consiste en que mirando de noche por el visor de la cámara es imposible ver nada. Todo parece negro. No sabes qué encuadre vas a obtener. Hice algunas fotos previas para corregir el encuadre y confirmar que el enfoque era correcto. También hice mi comprobación de rutina, para asegurarme que nada estropearía el resultado final. Enfoque y diafragma en posición manual, máxima sensibilidad ISO, y dejé la cámara conectada al intervalómetro disparando cada siete segundos (seis de ellos con el obturador abierto).
A la derecha en el horizonte se veía una claridad que sin duda era producto de alguna contaminación lumínica de la zona relativa a algún pueblo, pero no había ningún pueblo importante en las inmediaciones. Tampoco se trataba de Checa. El Sol hacía tiempo que había desaparecido por un punto casi opuesto a éste. Quizás fuera el vecino pueblo de Orea, pero… algún día lo averiguaré.
Dejé aquello echando fotos. Mi mujer y yo nos metimos en el coche, echamos los asientos para atrás. Yo estaba dispuesto a quedarme allí al acecho de la necesidad del cambio de batería de la cámara unas dos o tres horas más tarde, pero a los diez minutos las estrellas empezaron a desaparecer. Se estaba encapotando el cielo.
Intentamos dormir algo, yo metí la mano en el bolsillo del viejo anorak y palpé lo que parecía un caramelo extremadamente blandorro. No lo abrí, era evidente que se trataba de un caramelo putrefacto que llevaba demasiados años en ese bolsillo, así que lo tiré por la ventanilla.
-¿Has visto eso? – me preguntó mi mujer.
-Sí, ha sido un relámpago -respondí contrariado.
La cosa pintaba muy fea, así que media hora después comprobé que no se veía ni una sola estrella y decidí recoger los bártulos y volver a casita a dormir tranquilamente lo que quedaba de noche. No tuve esa suerte, pero enseguida llegaré a eso.
Al llegar a la plaza de la iglesia dejé el coche y me di cuenta de que no llevaba mi riñonera. Estuvimos buscando por la plaza, por el sitio donde antes habíamos tomado el coche. Revisamos el interior del mismo, el maletero, la mochila y nada, no aparecía. En la riñonera llevaba mi cartera, con varias tarjetas de crédito, mi DNI, mi carnet de conducir, otros carnets, mi tarjeta sanitaria, mi móvil, dinero y un montón de cosas más. Pasamos por casa por si acaso se había quedado allí, aunque yo recordaba haber salido con ella, y tampoco apareció.
Al día siguiente tenía que volver a Madrid, así que necesitaba imperiosamente mi DNI y mi carnet de conducir, de lo contrario las vicisitudes desagradables no habrían hecho más que empezar.
-Hay que volver – me dijo mi mujer, y era evidente que teñía razón.
Mi suegra, que por su carácter se preocupaba siempre por todo, con razón o sin ella, estaba en ascuas con aquel incidente. Salimos nuevamente al Prado Cañete en plena noche para ver si localizábamos la riñonera en el lugar donde habíamos estado. Se apuntó a la búsqueda mi hijo y dejamos a mi suegra rezando a San Antonio, que es santo de su devoción y que en mi humilde opinión tiene suerte de estar muerto y evitarse escuchar tantas peticiones banales.
Esta vez subiendo al Prado Cañete nos tropezamos con una cierva seguida de un pequeño Bambi. Ambos cruzaron al trote justo delante de nosotros. Cuando llegamos al Prado puse el coche en varios sitios iluminando con los focos la hierba de la zona donde habíamos estado antes. Dado que habíamos instalado el trípode cerca del pajar, el margen de error para la zona de búsqueda no era muy grande, pero no hubo forma de encontrar la riñonera, así que nos volvimos al pueblo a dormir lo que quedaba de noche. Tampoco fue así, pero enseguida llegaré a eso.
Todas las hipótesis sobre la pérdida de la riñonera me parecían sumamente improbables, casi surrealistas. No podía entender cómo demonios la había perdido. ¿Había alguna posibilidad que se nos estuviera escapando? Yo recordaba, o creía recordar, que había salido con ella de casa, y una riñonera no se cae sola así como así. El enganche era muy seguro. ¿Me la quité en algún momento? La verdad es que no podía recordar habérmela quitado, ni parecía lógica ninguna circunstancia que lo justificara. Todo parecía absurdo. ¿Dónde narices estaría la maldita riñonera?
Cuando llegamos de vuelta y con las manos vacías mi suegra no paró de darnos la castaña bombardeando con toda clase de ocurrencias y de invocaciones a los santos. No paraba de cascar y ya desde mi cama tuve que decirle levantando la voz que si ella no quería dormirse, que por lo menos se callara y me dejara dormir.
A las seis de la madrugada me despertó mi mujer para volver nuevamente al Prado Cañete. Habría estado estupendo que me hubiera dejado dormir un poco más porque cuando llegamos por tercera vez allí, todavía era noche cerrada. La verdad es que en media hora amaneció y pudimos inspeccionar la zona con todo detalle. Incluso localicé el caramelito putrefacto que había tirado por la ventanilla por la noche, así que la zona era esa, y la riñonera no estaba allí. La riñonera no se pudo perder allí. Sólo cabía una posibilidad. La perdí antes de subirme al coche la primera vez. Eso tuvo que ser en la plaza de la iglesia a las once y media.
Una vez que llegué a esa conclusión mis neuronas encontraron una posible solución al enigma con muy alta probabilidad. Mi mochila y mi riñonera tienen un cierre muy parecido. Yo en el corto trayecto desde la casa al coche no estimé oportuno abrocharme el cinto de la mochila, así que cuando llegué al coche y supuestamente me desabroché la mochila para echarla en el coche, probablemente desabroché en su lugar y de forma inadvertida mi riñonera. Seguramente en el gesto posterior de sacarme la mochila y meterla en el maletero, ésta habría caído al suelo. La razón de que no la encontráramos a la vuelta se explica porque en el transcurso de la hora que estuvimos fuera, alguien pudo encontrarla y cogerla. No cabía otra explicación lógica.
Mi hijo al encender su móvil, confirmó que había recibido una llamada perdida desde el mío poco después de las once y media de esa noche. Intentamos devolver la llamada y mandar mensajes pero nadie respondió. De todas formas era muy tranquilizador, alguien había intentado avisarnos. Mi suegra hizo correr la voz en cuanto pudo y se dedicó a inspeccionar algunas papeleras cercanas por si alguien había echado allí la cartera o la riñonera. Era una buena idea pero no hubo suerte.
Me eché un par de horitas más y cuando me desperté me dijeron que «El Santiago» había comentado que una mujer había encontrado la riñonera y había acudido con ella a El Casino (no es una casa de apuestas sino un bar y lugar de reunión) entregándola a la Guardia Civil, que se encontraba allí.
-¿Veis como funciona el rezarle a San Antonio? – dijo mi suegra toda contenta.
Admito que volví a enfadarme porque me saca de quicio ese tipo de manipulaciones religiosas. Yo puedo respetar todas las creencias de la gente mientras no se intente poner en tela de juicio mi ateísmo. No estaba de humor y fui un pelín cruel con mi suegra recordándole que no tenía nada que agradecer a San Antonio. Yo me llamo Antonio, mi padre que se llamaba igual que yo y murió en el quirófano en una operación de corazón precisamente el día de su santo. ¿Acaso había que achacar la perdida al mismísimo Satán? La manipulación de las leyes del azar para buscar explicaciones metafísicas a todo es algo que me molesta. También le dije a mi suegra que a quien había que agradecer que la riñonera apareciera no era al santo, sino a la persona que la encontró y la devolvió porque no todo el mundo devuelve lo que se encuentra y es de bien nacidos el ser agradecidos.
Fuimos al cuartelillo de la Guardia Civil, pero estaba cerrado y en un cartel venía indicado un teléfono de información general y para urgencias al que llamamos. Nos dijeron que el cuartelillo abría a las 2. Acudimos a esa hora, nos atendieron y nos dijeron dónde teníamos que ir a recuperarla. Un gran alivio.
No quiero terminar esta historia sin mostrar mi gratitud a esa buena señora (F.T.), por su buena obra, y por extensión a toda la buena gente de Checa.
PD: Tampoco fue un fracaso absoluto.
Una vez que pasé las fotos a vídeo me di cuenta de algo. Pese a la brevedad de la toma (media hora haciendo fotos cada 7 segundos dan para 13 segundos de vídeo, de los cuales sólo los 4 primeros dieron para ver estrellas).
Breve timelapse perseida(s) from Antonio Castro on Vimeo.
Pese a todo en el segundo fotograma de este fracaso videográfico, compruebo que sí apareció una diminuta lagrimilla de San Lorenzo situada a la derecha de la Osa Mayor.
PD sobre Youtube:
El vídeo en Youtube he tenido que borrarlo. Baja calidad de la compresión, y problemas para responder a los comentarios. No soy el único afectado. Sólo me deja responder con respuestas supercortas. Ha empezado a pasar desde hace unos días.
carolina soler
Gracias por la entrada. He conseguido detalles que necesitaba. Sigue así. Es una idea valiosa que puede ser útil para los demás.