Un crío con dos añetes estaba jugando con su tamborcito que aporreaba incansablemente con las baquetas de madera. ¡Rataplán, rataplán, rataplán…! Nadie encontraba aquello especialmente interesante, y no tenía con quien compartir su afición. Vio pasar una hormiguita por el suelo y la puso encima de la membrana de su tambor y nuevamente aporreó el tambor con fuerza. ¡Rataplán, rataplán, rataplán…!. La vibración del tambor hacía que la hormiga medio flotara encima de ese terremoto de vibraciones. ¡Rataplán, rataplán, rataplán…! .De vez en cuando el niño paraba y preguntaba «¿hormiguita te gusta?» y sin maldad ninguna reanudaba una y otra vez ¡Rataplán, rataplán, rataplán…! Podría haber sido una fábula de mi invención, pero sé que fue así como ocurrió, porque mi madre así lo anotó en un cuaderno donde apuntaba algunas frases mías y de mi hermana de cuando éramos pequeños.
No se me ha ocurrido otra forma de ilustrar la sensación que yo tengo ahora en mi papel de ateo beligerante ante algunos amigos míos creyentes. Estos amigos creyentes no entienden esa beligerancia y la interpretan como una agresión. No entienden que el agredido soy yo. No solo eso, sino que algunas veces me recuerdan a mí mismo cuando de pequeño me detenía y preguntaba «¿Hormiguita te gusta?» Pues no, no me gusta, juro que no me gusta, pero es inútil, no sirve ningún argumento porque están tan ciegos y tan sordos como lo estaba yo a mis dos añetes. Ellos deseosos de hacerme partícipes de su felicidad, y yo sintiéndome sacudido igual que la hormiga y «CaAaAaGaÁnDoMe EeNn LaA PuUuTaAa ViIiRGeEeNnnnn». (con perdón. Estas expresiones y otras parecidas me limito a rumiarlas para mis adentros por respeto, solo quería expresar mi sentimiento de insufrible frustración).
Igual que yo cuando aporreaba el tambor para jugar con mi amiga la hormiguita que aparentemente bailaba feliz encima del tambor, los creyentes que viven en su paraíso de privilegios no captan algo tan evidente como que los ateos vivimos en un país sin verdadera separación entre Iglesia y Estado y que nos discrimina. De esta forma no podremos entendernos jamás cuando hablamos de estos temas. La extrañeza de los creyentes por nuestra beligerancia atea no tiene en cuenta que la discriminación por razón de credo es algo a lo que nadie termina acostumbrando, y que el excesivo poder de La Iglesia (Santa Sede) es algo a lo que solo puede acostumbrarse un creyente. Para ellos ese ¡Rataplán, rataplán, rataplán…! suena, a música celestial, y para nosotros es un seísmo que se sale de la escala Richter. Lo que para ellos es normal, justo, bello, equitativo y viene haciéndose así toda la vida, para nosotros solo es algo que efectivamente se viene haciendo así desde hace muchísimo tiempo, violando importantes derechos constitucionales, pero más que explicarlo, creo que es mejor que lean el artículo siguiente en el cual se explican una serie de demandas que no sería necesario hacer si se respetara el espíritu y la letra de nuestra ley de leyes. Recientemente Granada Laica pidió con 25.000 firmas la separación entre las iglesias y el Estado.
diego
Yo no estoy de acuerdo comn la iglesia , por la manera en como maneja los temas teologicos y los temas seculares, creo necesario educar de manera más practica y biblicamente, no con ensayos sobre lo que piensas que es.
Sobre lo que hablas, la gran mayoria se sienten engañados y que esostienen en postulados falsos y errados.( pero ello no implica que Dios sea y es)
que estes muy bien, un abrazo.
au revoir.
admin
Nadie pudo demostrar jamás la inexistencia de algo. Muchos ateos (la mayoría quizás) no negamos la existencia de Dios. Rechazamos que se afirme su existencia sin aportar ninguna prueba y que se conceda algún valor al hecho de creer firmemente en algo que se afirma es incognoscible. Para colmo se monta sobre todas esas creencias toda una parafernalia que conducen al mantenimiento de una institución poderosísima cuyo principal fin es la acumulación de poder al cual de una forma u otra nadie escapa.
La responsabilidad probatoria recae en los que afirman la existencia de algo, no en los que dudan y se resisten a creer.
En todo caso si Dios existe no sabe de nuestra existencia, debe estar prestando atención a una galaxia distinta de la nuestra.