Esta foto corresponde a uno de los miradores más impresionantes que conozco. El suelo es de rejilla y a través de él se puede ver el interminable abismo.
En la foto de la izquierda en la parte superior, ampliando la foto se ve claramente la cabina de la cumbre donde está situado el mirador.
Yo a pesar de mi vértigo insuperable, he estado en ese mirador. Da un cosquilleo desagradable en el estómago al mirar para abajo, pero puedo hacerlo y me gusta el desafío. El secreto en mi caso es tener una mano en la barandilla. Sólo así logro mantener el equilibrio porque padezco vértigo.
Estoy convencido que miedo y vértigo son cosas parecidas pero no creo que se trate de una simple fobia sino de algo más complejo. Yo tengo un vértigo muy fuerte, pero no siempre tengo miedo a las alturas.
Desde joven entendí que los miedos eran algo a controlar, y siempre que he sentido miedo a algo, he hecho por superarlo. Soy una persona prudente, y tengo miedo a morir haciendo una estupidez innecesaria. Una cosa es superar el miedo y otra exponerse a un peligro sin necesidad, y eso siempre lo he tenido muy claro.
Para mí ser temerario es una estupidez o una enfermedad por adicción a la adrenalina.
Contaré algunas anécdotas personales para ilustrar mi afán de superación a los miedos:
1) De joven, asistí a una exposición de serpientes venenosas y quise ver de cerca una de ellas que figuraba como mortal. Tanto me acerqué que la serpiente se lanzó a morderme. Pese a existir un cristal me llevé un buen susto. Lo intenté de nuevo acercándome al máximo al cristal, y no pude evitar que se me cerraran los ojos cuando nuevamente la serpiente se lanzó con fuerza contra el cristal. En el tercer intento conseguí no parpadear.
No es como para vanagloriarse por un logro así, pero creo que ilustra mi forma de ser, en lo que se refiere a superar los miedos.
La siguiente que voy a contar fue más arriesgada.
2) Estando de servicio como ayudante de veterinaria en el servicio militar, trajeron a un mulo herido en una nalga. Era uno de los mulos más malos del cuartel y ya había mandado a más de uno a la enfermería.
El animal venía herido, había sido azotado con una manguera y acuchillado en una nalga por algunos soldados en represalia a su última coz. El animalito había dado una coz a un chaval, y le saltó todos los dientes y le partió la mandíbula inferior. Estuvo en el hospital bastante tiempo. Esto le ocurrió cuando estaba haciendo su servicio de cuadra y era un mulero con experiencia previa a su paso por la mili. Allí teníamos animales muy chungos.
El animal llegó a la enfermería muy agresivo y presa del pánico. Había que colocarle un torcedor en la oreja para controlarlo y poder curarle la herida, pero nadie se atrevía hacerlo.
Había dos sargentos jóvenes expertos herradores profesionales del ejército, eran veteranos, conocían a la perfección todos los procedimientos para hacerse con un mulo rebelde, pero no se atrevieron a acercarse. En lugar de ello me dieron a mí el torcedor para que se lo colocara al mulo que estaba totalmente desquiciado.
Yo sabía como se hacía, y alguien tenía que hacerlo, así que solo era cuestión de sangre fría. Lo tenía todo muy claro, así que aproveché el momento idóneo entre coz y coz para entrar rápidamente hasta la zona de la cabeza y ponerle rápidamente el torcedor. Ya lo llevaba enhebrado en mi brazo, le agarré la oreja y le puse el torcedor aplicando la torsión a la oreja. Eso debería haber bastado normalmente, pero el mulo no se rindió tan fácilmente.
Se puso de lado y me aplastó con todas sus fuerzas contra la pared. No podía respirar. Continué apretando con toda mi alma el torcedor, mientras los demás chillaban como locos y pegaban al mulo para que dejara de aplastarme contra el muro.
Al cabo de unos interminables segundos el animal cedió, pero aquello pudo costarme un viajecito a la enfermería. Tuve algo de miedo, a qué negarlo, pero conservé en todo momento la sangre fría, y no dejé de aplicarle el torcedor con toda mi alma en la oreja a sabiendas de que esa dolorosa operación jamás provoca daños permanentes al animal.
No me considero especialmente valiente, pero tampoco me bloqueo fácilmente. Mi actitud de no bloquearme es idéntica ante las alturas, pero no me funciona.
Con el vértigo es muy diferente:
Hace unos pocos años recuerdo que mi hijo y mi mujer se decidieron a caminar por el muro del espigón del puerto en Calpe. El muro tenía unos 80 centímetros de anchura, y por lo tanto parecía muy seguro caminar por allí, pero después de algunos pasos tuve que darme la vuelta.
No era un problema únicamente de miedo, era un problema insuperable de falta de estabilidad para caminar erguido sobre dos patas como lo hace cualquier ser humano. ¿Provocado por el miedo? Bueno, puede ser.
Admito que es todo psicológico, pero en mi opinión, no es sólo miedo, es algo más. Todo comienza a dar vueltas así que es tontería intentarlo. Se trata en mi opinión de un fallo sensorial inducido desde la inseguridad.
Para ponerte en mi lugar, tienes que subirte a una silla giratoria, agachar la cabeza hasta poner el cuello en posición horizontal, y luego hacer que alguien te haga girar con fuerza un buen rato en la silla. Después de eso, levántate (cuidado no te levantes muy rápido) e intenta caminar por un espigón de 80 centímetros de ancho (no me hago responsable).
Yo soy el que cambia las bombillas en mi casa porque a mi mujer le da miedo la electricidad, pero ella no tiene ningún problema de tener ambas manos sueltas cuando se sube a una de esas escaleras, y yo necesito estar apoyado con una de mis manos en algún sitio estable en todo momento.
De esa forma puedo suplir los sentidos que se esfuman cuando estoy en lo alto de la escalera. Hay una componente de miedo o de inseguridad, si fuera electricista seguramente cambiar una bombilla se convertiría en algo natural para mí. La seguridad es algo que se puede educar.
No tengo problema con en los parques de atracciones tipo noria en las que uno viaja bien atado. De hecho, mi atracción favorita es la montaña rusa, y me encantan los giros en vertical. Estándo atado no tengo problemas.
Hay distintos niveles de vértigo. No todo el mundo vale para caminar sobre una viga en lo alto de un edificio en construcción, y todos podemos hacerlo con la viga en el suelo. También el hábito a las alturas influye de manera importante. La inseguridad dispara la reacción del vértigo y la inseguridad puede ser educada y corregida de forma muy progresiva muy progresiva.
Una mala experiencia podría dificultar enormemente la superación de la fobia que se pretende dominar.